miércoles, 18 de abril de 2012

Un cielo invisible - Prólogo -


 -  Un día más en el calendario. - Pensé mientras ojeaba el cielo.

La mañana del miércoles se me antojaba gélida, con ese toque amargo que dejan amores rotos y promesas vanas de noches pasadas.
Recorría las calles de mi ciudad observando las caras de los viandantes, buscando quizás en ellos la respuesta a mis problemas, a mis dolencias. Ellos inmersos en sus pensamientos, siguiendo sus vidas, fugaces, hacían sentirme un alma única y dolida que no repara en momentos triviales que antes te hacían sentir uno más. Ahora solo una mancha distinta por los caminos de esta ciudad maldita, la cual sueña con romperme el alma en tantos trozos para que no pueda volver a encontrarme.
El ruido ensordecedor del metro de Sevilla comenzó a dejarme una leve punzada en la cabeza. Al menos parecía ser que no era el único al que le molestaba ese zumbido constante a esas horas de la mañana. Más adelante un grupo de chicas estudiantes reían entre ellas.

 -  La juventud y sus hormonas. - Me dije.

Me vi a mi mismo años atrás en situaciones parecidas, viajando con amigos que en su día compartieron risas contigo. Un leve pálpito de nostalgia se apoderaba de mi poco a poco mientras llegaba a mi destino.

 -  Un día genial. - Pensé derrotado.

Me pasé por un Starbucks para saborear las delicias de mi primer café matutino en la oficina. Saboreando esos trazos molidos del café imaginé como mi ser recorría a través de un remolino lleno de cuchillas "igual que los granos tostados cuando se muelen". Mientras, observaba desde mi ventana a un niño jugar con su padre en el parque que teníamos frente al trabajo. "Eso debe de ser lo que llaman infancia supongo".
Estos días me convierten en un ente negativo constante, no veo luz en ninguna parte y sin embargo no entiendo porque sigo adelante con mi vida.

 -  David, necesito la lista de atrezzo de la obra del jueves pasado. - Escuché al otro lado de la puerta.
 -  Dame cinco minutos. - Respondí al instante.

Mi vida, rodeada de artistas de tres al cuarto que te miran por encima del hombro a la mínima de cambio, creyendo que porque cuatro gatos disfruten de ellos en un escenario ya tienen derecho a sentirse dioses. Un pensamiento un tanto retorcido cuando uno mismo la mayor parte del tiempo se siente que está por encima de sus posibilidades y de los que te rodean. Aun así no había llegado mi oportunidad, o al menos eso quería pensar. Lo poco que me queda, lo que me hace avanzar es pensar en el momento en que mi vida cambie...




Ismael Romero


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