miércoles, 18 de abril de 2012

Un cielo invisible - Capítulo 1 -


Corriendo entre un campo de flores, intentando alcanzar algo. Al fondo un lago, y en su orilla una figura de una chica morena, de pelo largo y vestido blanco. Intento llegar para poder ver su rostro, para saber quién es esa imagen que me atormenta desde pequeño. Rozo su cabello y...

 -  Maldito teléfono... - Murmuré mientras me despertaba alterado de mi siesta.

Un sms parpadeaba en la pantalla de mi móvil "Te necesito en quince minutos".
Me levanté rápido y me vestí al instante. Miré hacia atrás antes de salir de la habitación y recordé la figura del cuerpo frágil y precioso que noches antes había sido mio. Vino a mí el olor de su cabello y decidí huir de ese lugar.

Al entrar en la oficina, mi jefe, una persona oronda y con un humor un tanto sobrio, se acercaba a mí con parsimonia.

 -  David tienes que recoger a Miguel Corso para la entrevista. Lo necesito aquí en treinta minutos.
 -  Dame la dirección y las llaves del coche. Por cierto, ¿Quién es el tal Miguel Corso?.
 -  Parece ser que es una nueva figura mediática que ha escrito un libro titulado "Los trazos de la felicidad" o algo así. Director de cine alternativo y vete tú a saber que... lo único que sé es que la gente quiere saber de él y a nosotros nos interesa que los borregos de turno lo vean a través de nuestros programas.
 -  En definitiva otro más... - contesté con desgana. - Veremos cuanto dura en el mundillo.
 -  ¡Vamos David!, que le veo disfrutando de la tarde.

Llegue a la plaza de la catedral donde había quedado con el tal Miguel.
Al par de minutos apareció un tipo enfundado en un traje negro de tres cuartos, de pelo corto moreno y con gafas de sol.

 -  Buenas, es usted el chico de la productora, ¿verdad? - Comentó el individuo.

Corso tenia una sonrisa enigmática, aderezada por una perilla de corte fino y una voz grave que penetraba en el ambiente. Intuí que andaba sobre la cuarentena de edad. Se sentó en el asiento central de atrás del coche. Me pareció extraño.

 -  Miguel Corso. ¿Y usted es?
 -  David  Albán. ¿Nos vamos ya o tiene usted que pasar por algún otro lugar antes de llegar al plató?
 -  No, no, lo tengo todo aquí – Dijo Corso señalándose con el dedo índice hacia su cabeza.
 -  Estupendo, entonces nos vamos.

Tuve que encender las luces del peugeot de la empresa para poder seguir nuestro camino.
En el transcurso, Corso no me despegaba ojo a través del espejo retrovisor. Me sentía incómodo pero a la vez me resultaba enigmático.
Habitualmente las recogidas de los "personajes" eran siempre igual. Llegas, los recoges... los más tiquismiquis incluso se quejan por los horarios, o incluso por el coche, aguantas y los llevas a plató y hasta otro día. Pero hoy éste era distinto.

 -  ¿Lleva usted mucho tiempo en la empresa? - Me dijo Corso.
 -  Lo suficiente. - Me seguía molestando que siempre estuviera sonriendo pero con un tono de voz serio continuamente.
 -  ¿Y recoge usted habitualmente a los entrevistados?
 -  Digamos que soy un trabajador de usos múltiples. - Dije con cierto retintín.
 -  Una persona polifacética entonces ¿no?.
 -  Podría decirse que si.

Un incomodo silencio se produjo en un momento mientras pasábamos junto a la Estación de San Bernardo.

 -  No parece que lleve usted un buen día señor Albán .
 -  No es nada, simplemente no he dormido bien. - Intenté desviar el tema. - Entonces, ¿es usted escritor?
 -  A ratos. En realidad soy un poco como usted amigo David.

No supe que sacar como conclusión a esa respuesta.

 -  Soy un experto en todo lo que me interesa – Continuó – Y me interesan muchas cosas, ese es mi problema.
 -  Ya veo – Contesté algo confuso.

Giré en plaza Nervión a punto de llegar a la productora.

 -  Señor Albán. ¿Piensa usted que su vida tiene poco sentido?

No supe que contestar.

 -  ¿Mira usted al cielo cada mañana viendo el tiempo simplemente pasar y por día que pasa se pregunta por qué está usted vivo? - continuó preguntando.

Ese hombre estaba describiendo mis pensamientos diarios sin ni siquiera conocerme.

 -  Eh... hemos llegado señor Corso.

Le abrí la puerta a Corso mientras él se quitaba las gafas de sol. Vislumbre que sus ojos eras oscuros y penetrantes, y antes de atravesar la puerta me guiñó. Una fría sensación recorrió mi cuerpo y quedé paralizado.
María, la becaria, lo acompañó hasta el plató. Yo quedé esperando instrucciones mientras veía a regidores, operadores de cámaras  y técnicos llegar de la primera planta hasta la zona baja para comenzar a trabajar. Minutos más tarde llegaba de nuevo María. La joven se veía en el derecho de sentirse atraída hacia mí desde que llegó a la empresa. Siempre me hablaba con un tono demasiado "pavo". No me sentía incomodo del todo con ella pero a veces era asfixiante. María era una chica enjuta. Su pelo corto y moreno jugaba con su altura que, a cualquier otra persona podría resultar entrañable. Para mí seria una chica más si obviáramos la de veces que ha intentado tener una cita conmigo.

 -  David, el jefe dice que necesita los guiones.
 -  Te los dejé esta mañana en tu mesa con una nota María. - La miré arqueando una ceja esperando cualquier comentario "seductor".
 -  Ains... si es que a veces pierdo la cabeza pensando en otras cosas, como pensar en el día en que me invites a una cena. - dijo mirando hacia el suelo de forma coqueta.
 -  María, no se cuantas veces tengo que decirte que no salgo con personas del trabajo. - Contesté de mala gana.
 -  Vaya mala uva que tienes hoy. - respondió resignada.  

Después de mis labores y mientras aún terminaban de grabar la entrevista, aproveché para salir fuera. Me eché mano al bolsillo y saqué un cigarro. Al dar la primera calada observé que estaba completamente solo en esa calle, solo se oía el tumulto de fondo de los motores de vehículos pasando. Disfruté de esa soledad como hacía tiempo que no conseguía.

A punto estaba de tirar la colilla cuando noté algo detrás mía. Observándome estaba en silencio y con esa sonrisa perturbadora, Miguel Corso.

 -  Hace fresco ¿No le parece?. - Dijo Miguel con esa voz grave tan característica.
 -  Algo.
 -  Aunque el frío últimamente nos invade a muchos sin que veamos que las temperaturas del ambiente baje ¿no es cierto? - Corso dejó de sonreír cuando terminó la frase y penetró mi cerebro con la mirada, como buscando respuestas antes de que yo respondiese. - A usted señor Albán le hace falta un cambio drástico en su vida pero no sabe como hacerlo.

Este hombre estaba atacando mi moral y parecía que no iba a parar hasta conseguir algo, algo que yo aun no tenia ni idea de que se trataba.

 -  David, ya es hora de que deje de mirar las estrellas todas las noches buscando respuestas en la nada - Terminó de hablar con esa nueva seriedad que no había tenido en los pocos minutos que habíamos intercambiado juntos. Me ofreció su mano.

 -  ¿No le acompaño en el coche hasta su casa? - Ofrecí como era mi labor mientras le estrechaba la mano.
 -  No, prefiero disfrutar a estas horas del camino. - Dijo de nuevo sonriendo mientras ya se marchaba.

Vi la figura de ese hombre perderse al final de la calle, mientras yo quedaba confuso por esa tarde. Un terrible cansancio se apoderaba de mí por segundos. Entré en la productora para recoger mis cosas, irme a casa y descansar.



Ismael Romero


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